viernes, 28 de noviembre de 2014

Europa


En tierra de Tiro y Sidón, nació y vivió en la soledad del palacio de su padre, el rey Agenor, una doncella llamada Europa. En la soledad de la noche, cuando los sueños premonitorios suelen alcanzar a los humanos, tuvo un extraño mensaje enviado desde los cielos: vio como si dos partes del mundo en forma de figuras de femeninas disputaran por ella, una de ellas era Asia y la otra, era la parte del mundo que se le enfrenta. Una de las mujeres tenía la figura de una desconocida y la otra, que representaba a Asia, se asemejaba en aspecto y fisonomía a una mujer local. Asia disputaba con serena firmeza la pertenencia de su hija, Europa, diciendo que era ella quien la había dado a luz y amamantado. La extraña en cambio, la tomó en sus brazos como en un rapto y la llevó consigo, sin que Europa interiormente opusiese mayor resistencia.

-Ven conmigo, niña amada,- dijo la extraña, -te he de poner en brazos de Zeus como botín. ¡Así está escrito en tu destino!-

Con el corazón en un grito, Europa se incorporó, y quedó un largo rato sentada al borde de su lecho meditando sobre este sueño, que había sido tan claro como la realidad. Ante sus ojos aún veía las dos figuras femeninas en disputa por su tenencia.

-¿Qué ser celestial me ha enviado este mensaje?- se preguntaba, -¿Qué maravilloso sueño me ha turbado? ¿A mí, que segura y mimada dormía en la casa paterna? ¿Quién sería la extraña que he visto en sueños? ... ¿Qué extraña sensación en mi corazón me une y me llama hacia ella? ¡Y la forma amorosa en que se acercó a mí, con su sonrisa maternal, arrancándome por la fuerza de los brazos de Asia! Sólo espero que los sagrados dioses del Olimpo hagan que este sueño mío sea benéfico.-

Había llegado la mañana. La luz diurna fue desdibujando la nitidez del sueño nocturno del alma de la joven Europa, quien se levantó enfrentando nuevamente las obligaciones y alegrías de su vida cotidiana. Pronto se reunieron en derredor suyo, amigas y compañeras, hijas de los patriarcas del lugar, quienes solían acompañarla a bailes, ofrendas y paseos. Venían a invitarla a una pradera plena de flores cercana al mar, donde las muchachas de su edad se reunían en gran cantidad a disfrutar de la naturaleza y el rugido del mar. Todas llevaban canastas para recolectar flores. Ella misma llevaba una canasta dorada, adornada con brillantes y figuras de las divinidades, obra de Hefesto, un antiquísimo regalo divino de Posseidon que este había entregado a Lybia cuando flirteaba con ella y que había pasado de generación en generación por herencia, en la casa de Agenor. Con este adorno nupcial, marchaba la noble doncella a la cabeza del grupo de amigas, rumbo a las praderas próximas al mar, que se encontraban en plena florescencia.

Alegremente el grupo de jóvenes se distribuyó aquí y allá. Cada una de ellas buscaba una flor de acuerdo a su personalidad: una elegía el brillante narciso, la otra se inclinaba por la fragancia del jazmín, una tercera por el aroma más suave de las violetas, otras las anémonas, las azucenas; así iban y venían corriendo por la pradera.

Pronto Europa encontró su objetivo. Cual si estuviera bajo la gracia del amor, nacida de la espuma del mar, sobresaliendo entre todas sus compañeras, portaba en su mano alzada un ramo de rosas de color rojo incandescente. Cuando hubieron recogido suficiente cantidad de flores, las doncellas se sentaron sobre el césped y comenzaron a trenzarlas a fin de colgarlas en los árboles, como ofrenda a las ninfas de la pradera.

Sin embargo, no por mucho tiempo la niña seguiría dedicándose a las flores, pronto el imprevisto destino se llevaría la juvenil despreocupación de Europa, tal como le había sido predicho en sueños la noche anterior. Zeus, el hijo de Cronos, había sido alcanzado por una flecha de Afrodita, quien tenía la capacidad de vencer al padre de los dioses por su debilidad frente a la belleza de la joven Europa.
Este, por temor a la reacción de su esposa y hermana, Hera, y para no manchar la inocencia de pensamiento de la doncella, comenzó a elucubrar un nuevo plan. Convirtió su propia figura en la de un toro, pero no en la de un toro común sino en la de un soberbio toro de músculos marcados, de figura esbelta, como tallada a mano, de color dorado, con una cornamenta bien formada y una medialuna en cuarto creciente de color plata dibujada en su frente. Sus ojos eran azulados, por momentos centelleantes.

En el Olimpo, antes de comenzar su transformación, Zeus había llamado a Hermes encargándole, sin hacer mención de sus intenciones, que bajase a la tierra y llevase el ganado del rey Agenor que estaba paciendo en las praderas, hacia la orilla del mar. Obedientemente, el alado dios se abocó a cumplir la tarea encomendada, llegando a las praderas de las montañas de Sidón donde Zeus, ya disfrazado, vagaba entre el resto del ganado. Reunido el ganado del rey, lo llevó a la costa que le había sido indicada, entre las ciudades de Tiro y Sidón, justamente a las praderas en que se encontraba la hija de Agenor rodeada de sus amigas.

La manada se dispersó sobre las praderas, lejos de las muchachas, y el hermoso toro dentro del cual habitaba el dios, se acercó a la colina en la que se encontraba Europa. Feliz, caminaba por entre las pasturas con cabeza orgullosamente erguida, pero sin el más mínimo gesto amenazante. Sus ojos no infundían temor alguno, su mirada era apacible, generaba confianza.
Largo rato Europa y sus amigas quedaron admirando la noble estampa del animal y sus serenos movimientos, hasta que se acercaron y comenzaron a acariciar su lomo. En determinado momento Europa quedó junto al toro, frente al dios disfrazado, ofreciéndole la fragancia de las rosas por ella recolectadas. El toro lamió las rosas y la mano de la joven a modo de caricia, y esta tomando cada vez más confianza lo acarició y besó su frente con la brillante medialuna. El animal emitió entonces un fuerte bramido de alegría, distinto al bramido de los toros corrientes, con el sonido un flautín lidio sonando a través del valle. luego se acostó a los pies de la joven, mirándola con melancolía y le mostró su lomo, como invitándola a montarse.
-¡Vengan, vengan, acérquense queridas compañeras, sentémonos sobre este hermoso animal y divirtámonos!- dijo Europa a sus cuatro amigas, -creo que podría llevarnos y pasearnos a todas, tiene un aspecto tan manso, tan soberbio, distinto al aspecto de otros toros… ¡hasta parecería tener entendimiento humano, sólo le falta el habla!- y diciendo estas palabras, tomó las coronas de sus amigas y una tras otra las fue colgando de los cuernos del animal, para luego, rebosando felicidad saltar sobre su lomo, mientras sus amigas titubeantes observaban sin saber con seguridad si imitarla.

Cuando el toro hubo robado a quien él deseaba, se incorporó y comenzó a caminar con la niña a cuestas; en principio suavemente aunque a un paso algo más rápido de lo que podían caminar sus compañeras. Cuando hubo dejado atrás las praderas y por delante aparecieron las playas, redobló su paso hasta semejar un caballo galopante, y antes de que Europa pudiese darse cuenta, había saltado al mar, alejándose de la costa a nado con su víctima a cuestas. La joven se sostenía de uno de sus cuernos con la mano derecha y con la izquierda se apoyaba sobre el lomo. Angustiada y con sus ropas al viento cual si fuesen velas, vio como la costa iba desapareciendo a lo lejos, llamando en vano a sus compañeras.
Pronto la costa hubo desaparecido completamente, el sol se puso y en el claroscuro de la noche, la angustiada doncella no pudo ver más que las olas y las constelaciones. Por la mañana y todo el día siguiente, el animal continuó con su travesía cruzando el mar, y tan hábil era para la navegación, que ni una sola gota de las gigantescas olas mojó su amado botín. Finalmente, hacia la noche, llegaron a una costa lejana. El toro tocó tierra y dejó que la joven resbalase suavemente de su lomo para depositarla bajo un frondoso árbol y desapareció de su vista. En su lugar se hizo presente un hermoso e imponente hombre, quien dijo que era el soberano de la isla de Creta y que estaba dispuesto a protegerla si en suerte la tocaba su posesión. Europa en su inconsolable soledad, le tendió una mano en señal de consentimiento.
Zeus había logrado su objetivo.
Después de largo rato, cuando ya el sol estaba alto sobre el horizonte, Europa despertó de su letargo. Se encontraba sola. Miró a su alrededor buscando la patria perdida y con voz acongojada exclamó: -¡Padre, padre! ¡Yo, tu hija entregada a la perdición, ni siquiera soy digna de pronunciar tu nombre, padre! ¿Que locura me ha hecho olvidar el amor infantil?

Volvió a mirar en derredor suyo como reflexionando sobre su destino y se preguntó a sí misma:

-¿A dónde he arribado? ¡La muerte es poco para expiar mi culpa!

¡Pero no, seguramente soy inocente, y mi pensamiento es engañado por una pesadilla que será borrada por el sueño matutino! ¿Como es posible que prefiriese atravesar inmensos mares montada sobre el lomo de una bestia, en lugar de permanecer en la honrada seguridad, juntando flores en la pradera paterna?-
Hablando así, se frotaba los párpados como queriendo salir de un odioso sueño, pero al observar a su alrededor los extraños paisajes permanecían impertérritos ante sus ojos. Arboles desconocidos y rocas extrañas la rodeaban y una impresionante marejada que rompía sobre los rígidos riscos, saltaba espumante hacia las alturas en el paisaje desconocido.
-Ay de mí,- sollozaba, -si ahora se me acercase el toro, con qué gusto lo despedazaría. ¡No descansaría hasta haber destrozado esos cuernos que otrora me parecían tan amorosos! ¡Honorable deseo! Luego de haber abandonado desvergonzadamente mi patria, ¿qué me queda ahora, más que la muerte? Si no me han abandonado los dioses, envíenme ahora un león, un tigre, tal vez mi belleza los incite y no deba esperar que el desesperante hambre se presente en mis rozagantes mejillas!-
Sin embargo ningún animal salvaje apareció. Acogedores y pacíficos los nuevos paisajes permanecían frente a ella y desde el cielo despejado brillaba el sol.

Atormentada por la furia, saltó a la playa gritando:

-¡Maldita Europa! ¿No escuchas la voz de tu padre insultarte por no poner fin a tu vergonzosa existencia? ¿No te muestra el fresno del cual te puedes ahorcar con tu cinto? ¿No te muestra la roca desde la cual puedes arrojarte al bravío mar que te tragará? ¿o es que prefieres ser la concubina y servir cual una esclava al soberano bárbaro, obedeciendo día a día sus instrucciones? ¡Tú, la hija de un gran rey!-
Así estaba atormentada por sus pensamientos de muerte, cuando repentinamente se percató de un murmullo detrás suyo y asustada se dio vuelta. Envuelta en un brillo sobrenatural vio a la diosa Afrodita y su pequeño hijo el dios Amor a su lado, armado con un arco.
Con una sonrisa en los labios la diosa le dijo:

-Deja la furia y el odio, hermosa muchacha. El odiado toro vendrá y te ofrecerá sus cuernos para que tú los rompas. Yo he sido quien te ha mandado el sueño, ¡consuélate Europa! Zeus mismo ha sido quien te ha raptado, tú eres la esposa terrenal del invencible dios, inmortal será tu nombre, pues este territorio desconocido que te ha recibido, de ahora en más lo portará.-

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Traducido del original "Sagen des Klassischen Altertums" de Gustav Schwab (1792 - 1850). Edición en un tomo de 1960 de la "Deutsche Buch-Gemeinschaft".

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